miércoles, 31 de marzo de 2010

EL GRAN CAPITAN


Cuentan que en Septiembre de 1453 vio la luz en Montilla (Córdoba), el que llegase a ser el más afamado militar de la historia de España, su nombre Gonzalo Fernández de Córdoba y Aguilar.
Su legado va unido al nacimiento de otro emblema español, los Tercios, divididos en alarbarderos, arcabuceros y en los temidos infantes ligeros, lograron durante años (1495-1643) expandir su hegemonía en toda Europa.





Estuvo Gonzalo desde muy joven ligado a la casa real de Castilla, esto le permitió, a pesar de ser considerado el segundo de la casa de Aguilar, desempeñar un papel importante en las negociaciones con su amigo y rival Boabdil el Chico en la conquista del reino de Granada.

Fue en este conflicto donde nuestro personaje comenzó a tomar conciencia de la guerra de guerrillas que durante toda su vida tantos triunfos le aportarían.

Años más tarde en 1495, muchos cuentan que por los celos del Rey Fernando o por las virtudes demostradas, es enviado como jefe mayor a su primera campaña en el reino de Nápoles, donde desde Messina logro vencer a los franceses.
Además de vivir su única derrota en la batalla de Seminara (participó en un centenar de ellas) mostró un comportamiento caballeresco, que demostraba respetando a sus enemigos hasta el extremo. Es un ejemplo de ello, los convites que realizaba sentado junto a ellos tras la batalla.

Pero sobre todas sus virtudes destacó su capacidad para arengar a sus soldados, los cuales le respetaban, le admiraban, le estimaban y jamás dudaban de su palabra.
Era especialmente vehemente en el gasto y especialmente generoso, ya que no le llenaba las riquezas materiales.

Tras su primera gesta en tierras italianas, su nombre se convirtió en sujeto de admiración. Los jóvenes deseaban formar parte de su ejército y poder vivir grandes momentos de gloria bajo su mando. Se convirtió en el Gran Capitán, ese personaje que nunca ya la historia olvidaría.

Volvió a España para apaciguar los levantamientos moriscos de la Alpujarra, pero el destino le volvería llevar a Nápoles donde primero vencería a Don Fabrique y más tarde repetiría su victoria contra los galos.
En la batalla de Garellato desarrollaría todos sus valores, logró engañar al ejercito rival, dando a entender que poseía una menor numero de hombres de los que en realidad poseía, realizó un movimiento en el que consiguió envolver al enemigo cruzando el río donde se desarrollaba la batalla que zanjo con 3.000 muertos franceses frente a las 100 bajas españolas.
Este combate incremento, si aún era posible, su fama en toda Europa. Corría el año 1504 y era nombrado Virrey de Nápoles, un virrey que como muchos quisieron podría haber llegado a Rey, pero su fidelidad no lo permitió.

Su relación con el Rey se regía por la desconfianza, y la muerte de la Reina Isabel la Católica, su gran valedora, potenció aún más esta situación. Motivó este contexto que el gobernante le pidiera cuentas a aquel que logró tantos territorios para su corona, por el despilfarro con el que manejaba sus asuntos. Y cuenta la leyenda que Gonzalo contestó en las cortes de la siguiente forma para aclarar sus gastos:

"Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados...

por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados...

por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados...

por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados...

y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados...". "
El Rey dio por zanjada la cuestión.

Fue este nuestro personaje extraordinariamente honrado, caballero, creyente y practicante, lo que le llevo a castigarse por tres grandes errores que el personalmente pensaba haber cometido a lo largo de su vida. El primero fue entregar a su Rey a César Borgia cuando previamente le juró no hacerlo, el segundo su enfrentamiento en Nápoles con su amigo Don Fabrique, y un tercero que se llevaría a la sepultura. Fueron errores que su fe ciega a Castilla le llevó a realizar, ya que solo cumplió órdenes.

En el último tramo de su vida Fernando el Católico lo alejó de Italia y de toda actividad militar. Le concedió la posesión de Loja, pero nunca le dio el prometido Maestrazgo de Santiago, algo que le dolió en lo mas profundo de su ser.

Ya estando el señor de Castilla y Aragón viviendo sus últimos días, murió Don Gonzalo Fernández de Córdoba “el Gran Capitán”, el 2 de Diciembre de 1515.

El mito dice que murió Fernández de Córdoba por obra y gracia del Rey que no soportaba que este sobreviviera a su fallecimiento.

Este fue el final terrenal del Gran Capitán, al cual se le descubrió el uso del cilicio y la disciplina, algo que fortalece la creencia que este Grande entre los grandes se regía por la rectitud de los actos.


ASI FUE.

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